
Por Marcelo H. Barba
Básicamente el Golf es un juego.
Hasta aquí nada nuevo, asombroso ni electrizante; aunque personalmente no comparto al 100% esa definición, corta y pobre… aunque bien orientada.
Seguiré sosteniendo que se trata de una disciplina, con todo lo que ese vocablo nos revela: código, método, orden, regla, conducta. Además, le agrego ética, diplomacia, educación, honestidad y hasta dignidad. Luego de todo eso, coincido en que es “un juego” (interesante, que dura toda una vida).

Aunque los no fanáticos, más objetivamente, lo tratarán como si fuese un juego más. No obstante, éste y cualquier otro juego, por el sólo hecho de serlo, implica considerar tres elementos: alegría, diversión y alguna convención (códigos y reglas) para jugarlo.
Lo desafiante y atrayente, para los que decidan incorporarlo a su vida y además pretendan prosperar con sus técnicas y experiencias, es que para lograrlo, más allá del buen carácter y constancia, deberán poseer condiciones de tenacidad y sacrificio; y una tremenda voluntad forjada en la humildad (¿eh… qué más..?).
Esta introducción viene a cuento para prepararnos a analizar algunas situaciones.

Situaciones bastante típicas de aquellas personas que desean incursionar o ya lo hicieron, en el Golf, pero que desde lo psíquico no son buenos jugadores, digo esto pensando sólo en el aspecto lúdico del tema.
Son quienes normalmente se enojan e irritan con mucha facilidad y frecuencia cuando las cosas no le salen como quisiera (¿todos conocemos “malos perdedores”, incluyendo a algún amigo, ¿no?); también están quienes toman al Golf como una maravillosa excusa (que les viene bien) para descargar la ira que acumularon en otra parte.
Todo juego tiene un componente infantil básico, aunque lo realicemos a los 90 años. Le ponemos ese concepto lúdico que nos acompañará desde nuestros primeros años hasta que muramos.
El Golf no escapa a las generales de esa ley.

Posee sus propios esquemas de recreo, travesura, distensión y alegría que se asemejan (en términos psicológicos) a lo que todos hacíamos cuando éramos chicos, con nuestros amigos y compañeros de escuela.
Quizás eso explique en parte, uno de los tantos argumentos por los que nos sentimos fuertemente atraídos hacia esta ‘disciplina’.
Recuerdo cuando jugábamos en nuestra niñez y no le dábamos lugar al enojo, excluíamos naturalmente a los pendencieros, a los que peleaban o generaban climas agresivos. En aquellos días, todo era pura alegría y diversión. Todo el tiempo nos resultaba ‘corto’ para poder disfrutarlo entre amigos. Éramos un equipo unido como el líquido, con códigos sólidos como el acero.

A más de 60 años de distancia (en mí caso), con el Golf intentamos recrear esas viejas experiencias desde lo lúdico, compartiendo una pasión común, que ahora nos une con sus reglas claras, respeto y educación.
En ciertas ocasiones, por la circunstancial ausencia de algún amigo, compartimos nuestra línea de juego con otros golfistas que parecen jugar de una forma alterada y crispada, como enojados consigo mismos.
Decididamente perturbados, en una actitud quizá egoísta, donde no les importa el entorno ni el grado de distracción que provocan en quienes están concentrados en su juego.
Para mi observación subjetiva; es evidente que a esos perfiles de golfistas les está faltando incorporar una cuota mínima de humildad, para aceptar, por ejemplo, que cualquiera puede tener un mal día; o que quizás llegaron hasta la cancha cargando una mochila de problemas, que no se relacionan con el Golf, pero se aprovechan de éste para descargarle su impotencia y manifestar así su incapacidad de resolución en un sitio más adecuado.

Pero siempre me preguntaré: ¿Por qué motivo eligieron una cancha de Golf…?
Como en todo deporte -de precisión- también aquí existen demasiados días malos, donde no nos salen las cosas que queremos, ni entenderemos porqué motivos seguimos intentándolo una y otra vez.
Todo golfista pasó y pasará, inevitablemente, por estas situaciones comunes; escenario donde una y otra vez terminamos maldiciendo muchos tiros desviados y al agua, pero aquello que hicimos y dijimos quedó entre amigos y fue exteriorizado de una forma teatral y hasta burlesca.

Es muy humano culparse a uno mismo, cuando algo no nos sale de la forma que quisimos, sobre todo, cuando la excusa y justificación más clara que tenemos es nuestro propio cuerpo. Pero hay quienes en lugar de aceptarlo como algo natural en este deporte, rompen su palo con fuerza y enojo contra un árbol, como si alguno de esos elementos fuera el responsable de nuestros desequilibrios.
Lo que no podemos permitirnos, desde lo deportivo, ético y respetuoso, es tomar al Golf como un sitio de escape, donde vamos cada semana a descargar los problemas que acumulamos hasta ese día, para explotar en forma desubicada y a los gritos. Nadie se merece un cuadro histérico.
No nos confundamos las zonas ‘grises’ ni los límites donde termina y comienza cada actividad.

Entre muchas otras cosas -el Golf- debería ayudarnos, además de divertirnos y reunirnos para disfrutar de un gran día; a poner un cable a tierra, a despejar nuestra atormentada cabezota, para darnos esa pizca de objetividad y paz que necesitamos, para poder analizar mejor las soluciones al problema principal, el que nos preocupa por afuera del Golf.
Al estar tan concentrados en el desarrollo del juego, metidos en nuestro swing y siendo precisos con cada golpe, le estamos dando un respiro a las neuronas agotadas, pero a la vez invitamos al ‘hemisferio cerebral derecho’ para que utilice su potencia y encuentre alternativas creativas para los problemas que aún no resolvimos.

Leí una nota que decía, que al hemisferio derecho de nuestro cerebro se lo asocia con la intuición, con el pensamiento divergente, imaginario, no lineal, subjetivo; que de ahí surgen los pensamientos más flexibles, divertidos, complejos, visuales, místicos… que generalmente, está más desarrollado en los músicos, artistas, emprendedores e inventores.
Todos alguna vez presenciamos o nos contaron de algún profesional enloquecido, con furia, a punto de revolear su bolsa al medio del agua… maldiciendo o doblando su putter contra su propia rodilla, cuando su tiro o la pelota no se comportó como quería. Pero cuidado… lo que vemos ahí deberemos interpretarlo de esta manera: ese hombre está trabajando y ganándose la vida como golfista, esa es la sutil diferencia que existe entre los profesionales y nosotros, que en definitiva ‘jugamos a jugar como ellos’ y nos hacemos los enojados por nada. Para ‘ellos’, cada tiro errado significará pérdida de dinero y, en consecuencia, cada partido perdido otros cientos de miles más…
Sinceramente, creo que en todas esas exteriorizaciones ‘histriónicas’ de enojo (sobre todo en la categoría de golfistas a la que pertenecemos) existe una intención de mostrar frente a los demás, un estereotipo de súper-hombre -exigente- para que, quienes observen nuestros errores piensen que se trata de una rara excepcionalidad en nuestro impecable juego.

¡Dejemos las miserias humanas y seamos más grandes de espíritu…! sonriamos ante la adversidad. Porque no habrá un millón de dólares esperándonos, ni un flamante automóvil, ni premios parecidos cuando termine nuestra vuelta.
Al día siguiente nos olvidaremos de todo y lo más importante, para nuestra realidad, será la de “Volver a nuestro trabajo”.
Hasta la próxima.

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