
Marcelo H Barba
Hace un tiempo considerable, muchos años atrás, tuve la increíble fortuna de asistir como invitado, al torneo internacional que se disputó en el Club de Golf Olivos en Buenos Aires, Argentina.
El torneo se llamó “America’s Golf Cup”. Jugaron varios profesionales representantes de muchos países y continentes. Los argentinos, en particular, disfrutamos de la presencia de Ángel ‘Pato’ Cabrera y con el triunfo y la copa ganada por la dupla “Rafa Echenique + Puma Domínguez” (ambos argentinos también).

Hay ocasiones en donde uno puede llegar a perderse como un niño en el parque de diversiones, si no lleva previamente definido desde su casa una planificación mínima que lo guíe y que en cierta forma lo proteja de los desvíos, por las sorpresas que gratamente lo asecharán en semejante encuentro. Con esto quiero decir que podemos llegar a pasar dos veces por un mismo lugar sin advertirlo; perdernos en el recorrido de quien habíamos elegido para seguir y terminar en cualquier lado; en fin, queremos ver todo y no se puede.
Lo que digo, es que para aprovechar ese gran momento, necesité de una planificación, para (por Ej.) seleccionar y acompañar en su recorrido al jugador elegido, sin perderme el “Show” de la práctica inicial que todos los jugadores realizaban en la zona de Driving; para lo cual tuve que llegar muy temprano por la mañana.

Allí pude observar a varios jugadores profesionales realizando tiros de práctica y ejecutando actos de magia, tiros nunca vistos en vivo (por lo menos para mí), asombrosamente controlados, ya sea en distancia, trayectoria hacia puntos específicos del fairway, o efectos que difícilmente podríamos imitar con nuestra paupérrima experiencia.
Luego de acomodarme la mandíbula, me dirigí a observar las primeras salidas del tee del 1, para continuar con el asombro y terminar de dislocarme la boca que aún no podía cerrar…
Es que el tee del primer hoyo señores, no es cualquier tee, ni parecido a los 17 restantes.

La adrenalina y la tensión acumulada sobre esa zona (abarrotada de público, periodistas, otros jugadores y la televisión) hace que cualquier mínima manifestación de Golf sea observada, fotografiada, desmenuzada y eventualmente criticada por miles de personas… con lo cual, el “tee del 1” parecerá latir y tener vida propia. Creo que aún después de que finalizó el torneo y pasaron varios días.
Allí se respira dominio, potencia y energía. Explosiones atómicas puras y controladas.
Nuestra visión se hace más aguda que nunca, para seguir a cada uno de los “misiles” que lanzan los tímidos profesionales, que sin ningún esfuerzo aparente y muy ‘humildemente’, descargan sobre sus pelotas toneladas de energía con una sincronización exacta y tan precisa, que parecerá que sólo han acariciado su bola con el Driver.

Lo que vendrá después de estar un rato en ese sitio, continuando con la secuencia lógica de observación será –casi siempre lo es- la mirada sobre una o quizá dos ejecuciones de fairway, para terminar viendo la bola reposar finalmente sobre la carpeta del green.
Eventualmente podríamos compartir la observación de alguna ‘escala técnica’ no prevista (me refiero a tiros de bunker y/o desde el hazard), donde siempre valdrá la oportunidad única de estudiarlas en todo su desarrollo, porque, de todas formas, con su próximo tiro de recuperación, también la dejarían sobre el green… Algo alucinante.
Punto y aparte. Digamos que con eso terminaría la primera parte de un gran show. Con muchos aplausos, ovaciones y largas caminatas junto a nuestros elegidos…

Pero desde aquí en más -queridos colegas golfistas y mortales como quien escribe- dará comienzo el otro espectáculo; el más importante, vistoso, divertido y apasionante del Golf…
Comienza la gran fiesta del green.!! Que suenen redoblantes sordos e imaginarios y que comience el silencio.
Nunca mejor aplicada que ahora aquella frase que dice que, el juego sobre el green es, en sí mismo, otro gran desafío dentro del Golf… como si se tratase de un juego dentro de otro (y no más sencillo, por cierto).
Como todo desarrollo especial y definitorio; lo que sucede sobre el green no escapa de los preparativos y acondicionamientos de tipo ‘ritual’.

Es como llegar a un Altar profano, a una zona sagrada (no quiero hablar de sacrificios ni de rituales religiosos, pero se parece…) donde reina un silencio profundo, el respeto por la máxima concentración y donde uno llega a contener su propia respiración hasta que la bola cae dentro del agujero.
En este lugar se capitalizará o entregará en sacrificio a los dioses nuestro mejor tiro de salida; aquí valdrá lo mismo una ejecución perfecta de 370 yardas que un inocente golpecito de 8 centímetros… ésta es en definitiva la zona de mayor injusticia del campo de Golf.
Comprendo que para muchas personas existen gestos, comportamientos y reacciones que pasarán inadvertidos, por lo festivo del entorno, por la televisación, por el público y periodistas que hacen que nos distraigamos, pero en mi caso no.

Me sentía “invitado” con toda la trascendencia y significado de la palabra – y en primera fila- a un exquisito ‘banquete’ visual de todas esas manifestaciones humanas, que para un mirón como yo, terminan siendo un raro placer que se disfruta con cada jugador que llega, hace su trabajo y se va (estoy diciendo que me quedé como atornillado al borde del green hasta que pasaron muchos profesionales…)
Entonces comencé analizando el ‘lenguaje gestual’ con el que cada golfista se encaminaba hacia su pelota, trasladándose triunfalmente, erguidos, saludando al público y hasta sonrientes en los mejores casos; versus los que llegaban abatidos, mirando el piso, arrastrando sus pasos, apurados por terminar con la tortura de ese hoyo en particular y retomar lo más rápido posible su esperanza para la próxima bandera.

Los cientos de formas, metodologías y caprichos que cada uno posee para estudiar el movimiento del terreno. Están los que toman su putter como una ‘plomada’, mirando la perpendicularidad del piso contra la vara del palo, cerrando un ojo y midiendo cada ángulo de la superficie; los que prefieren observarlo desde más distancia y se retiran del green para “ver” el escenario completo con todas sus caídas y movimientos; o los que miran su pelota desde atrás recostados sobre el piso (el mejor exponente en esto es el colombiano Camilo Villegas -el hombre araña- ausente en este torneo, pero representado por su hermano Manuel); en fin, un divertido y variado desfile de formas de estudiar, analizar y captar caídas y pendientes de los greenes; tema no menor ni despreciable en estas superficies tan veloces, como la que estábamos viendo aquí en esta ‘preciosa Olivos…’
Uno los ve (podría decirles que hasta lee sus labios) mascullando algo y hablando consigo mismos, dándose confianza, sacándose dudas, dialogando con algo inanimado como una pelota, pidiéndole que ruede, que frene, que caiga, que vuelva… que haga en definitiva lo que nuestra mente fijó como ideal. Rezando y haciendo mil promesas internas que los ayuden a llegar… a acariciar ese triunfo tan cercano y a la vez lejano.

Los vi besando al putter y a cada bola que hizo realidad ese corto sueño de embocar con una sola ejecución. Díganme si el green no es entonces un verdadero show de talentos teatrales…
Por fin, se comienza a tener verdadera conciencia y a comprender los motivos que generan tanto tiempo de juego en estas zonas. Porque errar un golpe simplemente significará relegar el primer puesto. Porque irse del green con un ‘doble’ significará caer a una tercera o cuarta posición de la tabla…
Entonces se comienza a entender el alto nivel de respeto que tienen estos jugadores por cada green, algo cercano al temor. Temor a que allí se les derrumbe el esfuerzo de un excelente drive de salida y del mejor approach, para lograr cosechar otro birdie o un águila quizá…

El green es para ellos (debería serlo para nosotros, los amateurs) el punto más exigente y comprometido del juego y del campo de Golf. Parecerán transformarse en cirujanos altamente entrenados y especializados y sus caddies en asistentes instrumentistas… sólo les falta colocarse un barbijo.
Otras de las manifestaciones dignas de disfrutar son las “explosiones” de alegría, que parecen haber estado contenidas por un inmenso dique, que estalla y se derrumba en el momento en que su bola cae en el hoyo. El salto y la energía parecen descontrolarse en cada uno y sellar su ejecución perfecta con un puño que ‘bombea’ energía hacia la tierra, gritándole al público presente que vencieron ese desafío…
En el extremo opuesto… parecerán hasta divertidas (Dios y ellos mismos me disculpen) las caras y las expresiones de quienes dejaron su pelota ‘colgada’ del borde del hoyo… a milímetros de que se cayera…

También ahí, llegué a interpretar las maldiciones increíbles hacia una inocente e inanimada esfera blanca, que parecerá no inmutarse jamás ante la desgracia de ningún golfista…
Por fin, se observa claramente la sociedad estratégica y hasta familiar, que existe entre el profesional y su Caddy. Esta observación no es trivial, porque normalmente el jugador llega a este sitio desbordado de adrenalina, euforia o bronca; con lo cual es probable que necesite ayuda de su ‘amigo’ para corregir su percepción. Y no existe ninguno mejor que su Caddy para ofrecerle el mejor consejo, porque además… sabe mucho del terreno, del pasto y demás características de la zona.
No es que el Caddy haga de psicólogo o venga tan desconectado de la realidad del jugador; lo que pasa, es que no está contaminado de todo lo que desconcentra al profesional (flashes, ruidos, público, aplausos, presiones, etc.), eso lo convierte en un buen referente para la ocasión. Y por lo general, coinciden en los puntos de observación, sólo que el Caddy aplica ese pequeño ‘coeficiente de corrección’ que necesita el profesional. Me parecen tan complementarios entre sí que no podría imaginarme a un buen profesional jugando sin la compañía de su Caddy.

Para finalizar, vuelvo a identificar algo llamativo que (seguramente) todos hemos escuchado hasta el cansancio… quiero señalar la rutina pre tiro y la tremenda importancia le dan todos a esta particular actividad que parece teatral y rutinaria. Evidentemente debe ser efectiva, no…?
No existe ninguno -créanme que no hay uno- que llegue al green y no ponga en marcha religiosamente, paso a paso, su conocida y aburrida rutina de preparación del golpe con su Putt. Inclusive diría que, además del golpe, su rutina incluirá el paseo obligatorio alrededor de la pelota, las miradas por delante y por detrás, de costado y hasta desde un ángulo de 45°.
Algunos incluirán la parsimoniosa limpieza de su Putter, pelota y sacada del guante, todo guardará una secuencia estudiada y ritual preciso.

Pase lo que pase, ejecutarán desde el comienzo hasta el fin los mismos movimientos, gestos y tics; y no tendrán ningún problema en recomenzarlos ante cualquier interrupción del ritual. No cambiarán nada ni pasarán por alto el menor detalle de la preparación del golpe.
Algo que deberíamos respetar, entender e incorporar en nuestro propio juego, por lo menos para estar más seguros de lo que hacemos sobre el green.
Hasta la próxima y…
Mi deseo que podamos ahorrarnos (como meta…) por lo menos, un golpe sobre cada green.
Hagan sus cuentas y verán que 18 menos, en cualquier tarjeta… es decididamente mágico.

Deja un comentario