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¡Qué incómodo momento!

Por Marcelo H. Barba

Me preparaba para salir a las 7:30, un día de verano en una mañana de sol espectacular, en el Club del Lago, una de las canchas de Golf más impresionantes de Uruguay.

El starter terminaba de hablar por teléfono con mi compañero de juego (que lo había llamado para decirle que no podía venir), no obstante, me preguntó si no tenía problemas en salir con otro grupo.

Le contesté que armara la línea como mejor le pareciera (quizá ese fue mi error…)

Me presentó al matrimonio ‘NN’ y a un tercer Sr. que llamaremos Carlos, que no tenía ninguna relación con la pareja ni conmigo. Nos dimos las manos, intercambiamos tarjetas y acto seguido, me invitaron a pegar.

Después le tocó el turno al Sr. ‘NN’, que pegó mal y finalmente, hizo lo propio Carlos, con un tiro muy conservador por el medio del fairway.

Caminamos hasta el tee de damas, ahora ejecutaría la Sra. esposa de ’NN’ (feo, desviado…) y nos dirigimos cada uno a encontrarnos con nuestro segundo tiro.

Al principio no lo noté, pero me llamó la atención un cruce duro y fuera de lugar, un comentario desagradable, que tuvo el matrimonio haciendo referencia al golpe malo que ejecutó la ‘dama’.

Seguí caminando como si nada, pero rápidamente intuí que la cosa en la pareja venía mal…

Después de otros tiros y arriba del green, volví a notar una marcada sensación de malestar en los ‘NN’. Una situación similar de intercambio fuerte de palabras, pero en voz baja.

Si uno es medianamente observador, hay ciertas ‘señales’ que debería saber descifrar en los primeros síntomas y tratar de no sumar leña al fuego por ninguna circunstancia; pero lamentablemente Carlos, que a esa altura venía preocupándose por cerrar su primer hoyo con un siete, no supo decodificar ‘la frecuencia’ y sin pretenderlo, prendió la mecha de una pequeña bomba, con un comentario humilde y diplomático.

Le sugirió (muy cortés y educadamente) a la Sra. ‘NN’, luego de que ésta hiciera su segundo tiro en el hoyo 2, si podía caminar un poco más ágilmente, para no retrasar el juego, ya que el otro grupo que nos seguía venía muy cerca nuestro.

La dama no contestó nada, lo miró de mala forma y siguió su pausado camino hacia su tercer tiro del 2, pero mascullaba algo por lo bajo y se notaba que la presión iba en aumento.

La casualidad también jugó al Golf con una mala pasada. Coincidió que la pelota de la educada Sra. ‘NN’, descansara a unos 50 cm. de la del flemático y educado Carlos…

Pero ambas eran blancas y redondas…

La Sra. ’NN’ ahora sí apuró su juego, se paró junto a su supuesta pelota, hizo un swing de práctica y sin más, ejecutó su tiro.

Carlos se acercó y le dijo (también en voz baja y diplomáticamente) que creía que había golpeado la pelota equivocada, ya que la de ella se encontraba a 50 cm. y no estaba en el fairway, sino en el borde del rough.

Muy molesta, la dama se plantó frente a Carlos y le contestó agresivamente: en voz alta le dijo que si necesitaba usar anteojos se los pusiera, que no la molestara más con sus “estúpidas acotaciones” fuera de lugar.

Eso sonó igual a un bocinazo estrepitoso en medio de un funeral…

Inmediatamente se generó una situación de incomodidad colectiva.

Nos quedamos congelados, sin palabras… en medio de un silencio sólido y pesado.

Hasta los pajaritos dejaron de cantar…

Carlos, un caballero, que hasta ese momento venía preocupado por su tarjeta y nada más, fue quien primero reaccionó -en forma controlada- y se dirigió lentamente hacia la pelota.

La levantó, la limpió y la observó detenidamente. Luego se la entregó al Sr. ‘NN’, diciéndole con voz firme y clara, que él sabía muy bien dónde le podía guardar esa pelotita a su mujer, que, por respeto y caballerosidad, le cedía el honor.

Acomodó su gorra en señal de saludo cortés y se retiró del juego, caminando lentamente por el fairway hacia el club-house, con su caddy, sus palos y la tarjeta del Sr. ’NN’ (sin que nadie percatara este último detalle).

El marido, boquiabierto y desencajado (todavía con la pelotita en su mano) no reaccionó ante Carlos y en cambio, aprovechó la ocasión para increpar a su esposa por su actitud antideportiva, por su falta de respeto y desubicación.

Ella por su lado explotó, como un tanque de nafta descargando la rabia contenida, vaya a saber desde cuándo, y en la mitad del hoyo 2 se desató una pública y sostenida contienda verbal entre los cónyuges ‘NN’.

Mi vergüenza no me permitió ser conciente del paso de la línea que venía detrás nuestro; creo que además pasó otra más, o quizás dos, pero perdí la cuenta.

Cuando se hizo oportuno y mientras la batalla continuaba, caminé discretamente hacia el green y sin que lo advirtiesen terminé el hoyo 2, solo, sin más compañía que mi carro.

En minutos más los miraría desde unos 50 metros, parado sobre el tee del 3 con mi hierro 7, dispuesto a enfrentar el siguiente hoyo 3. Desde ahí observaba el desarrollo de una escena particular, atípica digamos.

A esa altura mi presencia solamente era advertida por el caddy de los ’NN’ (estaba cerca de ambos, pero había tomado la suficiente distancia de seguridad física, mientras sostenía la famosa pelotita en su mano…), cada tanto me miraba como pidiendo auxilio, sin saber dónde guardarla.

Debieron haber transcurrido muchos minutos en todo el ‘proceso’, que en realidad parecieron horas, pero en ese breve instante pude enterarme a los gritos, de los problemas íntimos de la pareja, que me pusieron en una situación de desubicación única e incómoda.

Miré la bandera del par 3, traté de calmarme y hacer un swing de práctica, hice dos más y tiré… convencido que era lo mejor que podía hacer en ese momento (qué momento…)

Lentamente comencé a caminar hacia el bunker (maldije a los ‘NN’) y me fui alejando hasta llegar a la arena. Miré otra vez hacia atrás y la discusión seguía, aunque ya se trataba de una película muda y lejana.

Cuando finalicé los 9 hoyos, solo, cansado y todavía nervioso, decidí parar en el bar para reponerme de todo lo vivido y de la sed que tenía.

Allí decidí abandonar el juego y me fui a la ducha, no sin antes pasar por la oficina del starter para pedirle dos cosas: que vaya alguien a buscar al matrimonio ‘NN’ al fairway del hoyo 2 antes que anochezca y que en el futuro evitara las salidas con matrimonios tan desavenidos.

Pero mis sorpresas no terminarían tan rápido.

El starter ya sabía la versión de los hechos a través de Carlos (que había desertado horas antes que yo) y pudo relatar su experiencia pidiéndole además -al starter- que si yo llegaba sano, nos anotara para el otro día para una vuelta reivindicadora, cosa que hicimos y terminó en un inolvidable partido, por lo bien que jugamos y lo que disfrutamos esos 18 hoyos.

¡Ojalá Carlos pueda leer esta anécdota y reconocer los personajes para recordar aquel momento…!!

Más allá de lo tragi-cómico del cuento, quiero transmitir el espíritu de la nota: Que todos hagamos un esfuerzo por respetarnos; que respetemos al Golf y sepamos que estas cosas forman parte de la etiqueta, de la ubicación y de la calidad humana con la que intentamos practicar esta respetable y querida disciplina.

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Si alguno llegase a jugar por allá y, por casualidad, se topase con los ‘NN’ en la mitad del hoyo 2, hagan como si nada, sigan caminando o peguen bien a la izquierda para evitar el profundo bunker del Par 3.

Un chiste rápido para cerrar:

_ Querido, cuando me muera ¿te volverías a casar con otra…?

_ No mi amor, nunca… eres irreemplazable.

_ Querido, cuando me marche, ¿volverías a salir con tus amigos…?

_ No mi amor, nunca… me quedaría en casa.

_ Querido, cuando no esté más, ¿venderías mis cosas…?

_ No mi amor, nunca… me servirían para recordarte siempre.

_ Querido, cuando deje esta vida, ¿le darías mis palos de Golf a otra mujer?

_ No mi amor, ella es zurda y no le servirán para nada.

Un saludo. Hasta la próxima.

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