Planeta Golf
Ignacio Brea: “Cuando fui a jugar un torneo a Bolivia, casi muero en el camino y terminé puntero la primera ronda”

Lautaro López
Desde que su padre le trasmitió la pasión por este deporte cuando tenía diez años, el vínculo entre Ignacio Brea con el golf atravesó distintas etapas. Primero como entretenimiento al finalizar la jornada escolar, un distanciamiento a la hora de mudarse a Buenos Aires para estudiar, un reencuentro que trajo el plus de un ofrecimiento para volcarse al profesionalismo, viajes y competencia por varios lugares y una faceta actual como profesor.
A lo largo de los años, desde su infancia en Tres Arroyos hasta la actualidad en Buenos Aires, el golf lo acompaño en su formación como persona y el forjamiento de su personalidad. Además, le permitió conocer otros países y hacer amigos. A sus 34 años, se dedica full time a dar clases.

-¿Desde cuándo juega al golf y dónde empezó?
-Soy de Tres Arroyos y jugué mucho desde los 10 a los 15 años porque la cancha me quedaba cerca, jugaba seis o siete horas por día. En un año llegué a jugar 3 de hándicap cuando tenía once de edad. Siempre me gustaron todos los deportes, más adelante empecé a jugar al fútbol y al rugby y dejé el golf durante seis años. En ese tiempo me vine a estudiar Psicología a Buenos Aires, después dejé la carrera y a los 20 años hice el curso de instructor de golf. Entonces, volví a jugar y empecé a dar clases. En esa época, uno de mis alumnos, que es amigo mío, me propuso un sponsoreo de tres a cinco años para jugar como profesional. Como era mi sueño darme una posibilidad en el golf, le dediqué cuatro años como profesional.
-¿Cómo evalúa esa etapa?
-Si bien no tuve buenos resultados por la falta de experiencia a nivel psicológico, fue un aprendizaje enorme. El golf lo tenía, pero en lo mental fallé mucho. Siempre me quedaba afuera por uno o dos golpes, no conseguía entrar en ritmo. Sin embargo, aprendí mucho. Me dediqué a aprender, a tomarlo como una evolución mía como persona, a ser más consciente y, cuando dejé de competir a los 24 años, volví a dar clases. Hoy, con 34 años, llevo diez años dedicado 100% a ser profesor.

-¿Con qué objetivo suelen tomar clases los alumnos?
-Hay un montón de situaciones. Está el principiante total que quiere jugar porque ya no puede hacer otros deportes como el fútbol o rugby. Otros vienen para tener una supervisión. A esos les hago un análisis y les doy ejercicios para que sigan practicando. Me contratan siempre por diferentes motivos. A veces quizás se estancaron y quieren tener otra mirada.
-¿Cómo es su abordaje en cada caso?
-Cuando arranco de cero, si bien requiere de mucho más tiempo y paciencia, uno los educa según su método. Eso es una ventaja y, a la vez, un orgullo cuando luego los veo disfrutar jugando al golf. A quienes llegan con “vicios”, les brindo un análisis y les explico, por ejemplo, ‘esto es lo que está pasando, errás de esta forma y se solucionaría de esta manera que requiere ciertos ejercicios, no va a ser de un día para el otro’. Después queda en cada persona si lo quiere hacer o no. En todo caso, de mi parte les presento una alternativa de camino corto ya que a veces no hay tiempo de hacer un cambio grande.

-¿El principal interés de los alumnos es pegar distancias largas sin darle al juego corto la importancia que merece?
-Totalmente. Sobre el tema de la distancia hago mucho hincapié en poner la pelota en juego. Si uno lo logra y, dentro de todo, está sólido con los hierros, tiene approach y putt, para el golfista que no practica tanto es algo muy bueno. La velocidad y las buenas opciones se van incorporando. Si al jugador le explicas bien que, con buenas posiciones, buen balance y herramientas como, por ejemplo, tener una vara indicada, después la distancia va a llegar sola. Lo más importante es tener un juego regular, parejo y hay que darle mucha importancia al juego corto. Ese aspecto del juego hay que practicarlo porque es igual de importante que el drive y la distancia.
-¿De qué manera se trabaja la frustración del jugador?
-Hago mucho hincapié en eso. Más que nada, en ser consciente que es un deporte difícil, que son cuatro horas en las que podés jugar tres horas y media muy bien y en la última media hora quizás te cansaste y afectaste la tarjeta o el score de todo el día por uno o dos malos tiros. Les recalco que tengan paciencia porque es un deporte largo. Después de un tiro malo puede venir uno bueno y recuperar. El golfista promedio al que le doy clases es aquel que viene y toma una clase por semana, práctica una vez más con suerte y después juega los fines de semana.

-¿Cuáles fueron sus mejores resultados como profesional?
-En un torneo correspondiente a la Serie Desarrollo en Santa Cruz de la Sierra, Bolivia, alcancé el octavo puesto. Esa gira son torneos que te pueden dar ranking para sumar puntos del PGA Tour Latinoamérica. Después, en algunos torneos locales de Coronel Suarez y Lincoln, terminé segundo. En general, Como profesional pasaba cortes, pero luego terminaba alrededor del puesto 20 o 30.
-¿Qué se necesita en cuanto a lo mental para ser golfista profesional?
–La diferencia es el nivel emocional, psicológico y consciente que hay que tener. La confianza es un estado que uno va construyendo. Ese estado va ligado a tu conciencia emocional. Entonces, toda la parte clínica psicológica es muy importante para que el golfista juegue al máximo. Conozco muchos jugadores buenos del PGA Tour Latinoamérica, pero son pocos los que pueden mantenerse y vivir del golf.
-Para los interesados en el turismo y el golf, ¿cuáles campos recomendarías en la Argentina como impostergables?
-Chapelco, en San Martín de Andes, es un lugar que recomiendo con énfasis por el excelente estado de la cancha y el paisaje. Córdoba es otro destino impresionante con Villa Allende, El Terrón Golf Club, La paz, Ascochinga Golf Club o Potrerillo de Larreta. Luego, en Mar del Plata y Miramar hay canchas junto al mar. Tenemos canchas impresionantes en la Argentina, he viajado bastante y puedo decir que no tenemos nada que envidiarles a otros países. La combinación de montaña y lagos, como por ejemplo la de Bariloche, para mí es impresionante. Es algo especial que le da un diferencial a la cancha.
-¿Cuáles son sus dos campos de golf preferidos a los que asiste habitualmente?
-Tengo un cariño muy grande por Pilará. Es una cancha que me gusta mucho, donde hago mi torneo a fin de año con los alumnos. También se destacan Martindale, Nordelta, San Andrés y Cuba Fátima, que hizo una remodelación muy grande. Soy socio de Cuba y creo que va a competir con las mejores. La diferencia de un campo se ve en el diseño y el nivel de mantenimiento.

-¿Long drive o approach?
-Me gusta más el appproach. El golfista que toca bien el juego corto tiene algo diferente al del Long Drive, una sutileza.
-¿Si tuviera que salir solo con tres palos cuáles serían?
-Depende la cancha, por supuesto. En general, elegiría el drive, un hierro 8 y un sand wedge 54. Con el drive puedo tirar fuerte y dejarla accesible, con un hierro 8 puedo pegar tiros desde 80 hasta 100 yardas y luego, con un 54, la puedo sacar del búnker, jugar alrededor del green y el putt lo puedo jugar parecido.
-¿Cuál es el mejor campo de golf que conoció en su vida?
-Streamsong, en Orlando (Florida). Es una cancha impresionante ubicada en medio de un pantano. Hicieron un hotel cinco estrellas y un campo de primer nivel. De repente, pasas un hoyo y desde un puente ves 200 cocodrilos, una locura. Nosotros estábamos con el carrito y vimos pasar una víbora a dos metros. Es bien selvática. Otro campo que destaco es uno de República Dominicana. Fui dos veces a Casa de Campo, donde está Diente de Perro. Es muy lindo el programa de estar en un lugar cinco estrellas con un carrito con el cual te movés para todos lados y una gastronomía de primer nivel mundial. Se disfruta toda la experiencia, un fanático del golf no puede pedir más.
-¿Quiénes son los miembros más habituales en su línea?
-Una vez por mes juego con un grupo de amigos que somos alrededor de 16 y nos llamamos “El Potato”. Por otro lado, tengo otro grupo con el que hacemos algunos viajes y, además, cada cierto tiempo juego con amigos profesionales.

-¿Hay otros golfistas en su familia?
-Mi papá juega muy bien. Tiene 75 años y está jugando a 9 o 10 de hándicap. Él fue quien me motivó a practicar golf. En una época había dejado de jugar porque somos seis hermanos y entonces no tenía tiempo. Yo soy el más chico y a mis nueve o diez años empezamos a practicar en un campo que teníamos. Yo me entusiasmé y él retomó para jugar conmigo. Después, de mis hermanos todos le pegan, pero no se dedican al golf. Juegan cuando nos vamos para Tres Arroyos.
-¿Cuál es su hoyo preferido?
-El hoyo 10 de Chapelco me parece espectacular, es un par 5 en el cual salís desde arriba y si la picás pasando los búnkeres la podés dejar a casi 150 yardas. Junto al uno, son dos muy lindos hoyos para comenzar una ronda. Otro que me gusta es el 18 de TPC Sawgrass: un par 4 con agua a la izquierda y el rough de la derecha que es injugable. Si la tirás ahí, no tenés chances. En Buenos Aires, me quedo con el 18 de Pilará, un par 5 con dos cross búnkers a la izquierda y tiene agua por la derecha hasta el green. Es totalmente estratégico. Si estás jugando un torneo, no llegas en dos casi nunca porque es muy riesgoso.

-¿Qué es el golf para usted?
-Es un estilo de vida. Un deporte que me enseñó muchísimas cosas, me da satisfacciones todos los días y la posibilidad de poder transmitir y verme como soy. El golf me enseñó a ser cómo soy. Pese a que también me dio muchas angustias, tuve muchas alegrías y me las sigue dando. Lo resumo como un estilo de vida y un medio para conocerme.
-¿Qué tiene el golf de especial que otros deportes no tengan?
-Fue el deporte que más me tocó el ego. El golf, al ser un deporte tan fino y de tanta coordinación, quizás te va mal y a lo sumo podés romper un palo, pero te sale muy caro (risas). Es un deporte que me tocó más la parte sensible y me llevó a tener que buscar cosas ajenas para poder jugarlo mejor. Esas cuestiones ajenas me hicieron mejor persona, mejor profesor y me hizo conocer lugares impresionantes. También me da la posibilidad de ver disfrutar a gente, darle la posibilidad de que disfruten. Parece una frase cliché, pero es real y por eso sigo dando clases.

-¿Cuál es el golfista profesional que más admira?
-Ninguno en particular. Lo que más rescato del profesional es que haya podido llegar. Para mí, toda persona que llega a ser profesional de algo, que se mantiene y puede vivir del deporte, tiene mi respeto absoluto. Soy amigo de varios como Tano Goya, Julián Etulain y Alan Wagner. El Tano se quedó en mi casa. Sé lo que pasó y lo que vivió. Para mí, mucha gente no sabe lo que implica llegar o la cantidad de decisiones que tenés que tomar para seguir insistiendo. Realmente son más las malas que las buenas. Nosotros vemos las buenas cuando esa persona ya llegó, pero no se toma dimensión de la cantidad de cosas que pasó o las veces que tal vez quiso dejar. Lo que rescato es que la mayoría de los que llegan es porque realmente es su sueño. Tienen la habilidad y pudieron encontrar el estado emocional para poder bancarse la presión y llegaron. Eso requiere un montón de esfuerzo. Sé lo que es y yo no me lo banqué.
-¿Tiene una anécdota divertida relacionada con el golf que quiera compartir?
-Hace unos años, cuando era profesional, fuimos a una gira por el norte en Salta y Misiones. Después nos fuimos a Asunción, Paraguay, y de ahí a Santa Cruz de la Sierra, Bolivia. La mayoría se tomaba un avión mientras que yo, para ahorrar, opté por ir en micro. Fue una de las experiencias más feas que tuve. Era un micro casi escolar para hacer un viaje de larga distancia. La mitad del camino, la ruta era de tierra. En el primer control que tuvimos a la noche, un pibe se tiró por la ventana porque no tenía documentos. Así arrancó el viaje. Nos agarró la lluvia y nos encajamos cuatro veces, por lo cual nos tuvo que venir a sacar un tractor. Por todo eso, el trayecto que debía hacerse en 14 o 15 o 18 terminó siendo de 24. Tuve miedo de perder los palos porque casi vuelca el micro y se cae en una zanja. Fue una cosa increíble. Al día siguiente de mi salida de Asunción, llego al hotel donde estaba un amigo que había llegado mucho antes porque el avión llegaba en media hora. Cuando entro con mi valija y los palos, él me dice “¿Qué te pasó? Metete en la ducha con la valija y todo”, me dijo mi amigo (risas).

-¿Cómo le fue en el torneo?
-Hasta ese momento yo venía jugando más o menos. El primer día del torneo terminé como líder. Después de toda esa odisea que fue el viaje, hice un score de dos golpes bajo el par en una jornada con un viento tremendo. En el segundo día no tuve suerte porque en el hoyo 18 me quedó una pelota injugable en el búnker, que casi la pierdo porque no la encontrábamos, así que no pude terminar bien la ronda y en esos torneos cada golpe te va quitando posición. Pero bueno, la experiencia fue esa: fui a jugar un torneo a Bolivia, casi muero en el camino y terminé puntero la primera ronda. Fue uno de los mejores torneos que jugué como profesional. Luego de una cosa mala pueden venir cosas muy lindas.

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