
Por Marcelo Barba
Estoy convencido de que, si enderezase todas las curvas de mis tiros, rompería algún récord de distancia.
Alguna vez todos lo dijimos (o lo pensamos así), ¿no…?
A pesar de las clases que tomamos, de los consejos que nos dieron y de las pruebas personales que hicimos… los diestros guardamos celosamente esa maravillosa tendencia derechista; y los zurdos, me imagino también el esfuerzo que harán para evitar la tendencia siniestra (digamos políticamente rancia).
Si señores, el SLICE nació con nuestro Golf y no nos quiere dejar así nomás, tan fácilmente.

Si hago memoria de mi experiencia, diría que sin darme cuenta en algún punto me había acostumbrado tanto a jugar con slice, que generaba mi propio y creativo vicio, adoptando la fea costumbre de apuntar exageradamente a la izquierda del objetivo para que la bola –curva mediante- terminase por el fairway y -si Dios quería- posada por el medio del campo…
En algunos ‘temibles’ hoyos con fuera de límite por el lateral izquierdo, mi bola llegaba a salir de la cancha y regresar al fairway en una vistosa banana voladora… arriesgado el golpe.
Lógicamente que todas estas bonitas figuras aéreas hacían que perdiese mucha distancia.

Cansado de cansarme, uno de esos días tomé la decisión de visitar al conocido Profe, para que me observara y me dijera cuál era ‘El’ error que cometía. Qué iluso (sólo pensé en uno…)
_ Estás haciendo mal unas 345 cosas, me dijo… Y sin pausa continuó:
_ Alguna de las cuales podría ser la culpable de ese efecto. ¿Por dónde comenzamos…?
Yo -que creía que sabía Golf- volví a mi realidad y asumí que en esta disciplina no terminaría de aprender jamás. Me entregué y le contesté que podríamos comenzar por el principio, o sea, por el drive… (sin advertir que volvía a equivocarme)
_ Mal… Dijo enseguida el sabio Profe. Mal, porque precisamente no es el principio de nada.

Y agregó:
_ Te diría que empecemos por analizar lo básico, desde la misma empuñadura del palo. Es ahí donde probablemente encontraremos resultados exitosos y rápidos para corregir este maldito slice.
Lo escuchaba muy atento y mientras hablaba, iba repasando cómo entrelazaba mis dedos y tomaba el palo… pero mentalmente no veía nada raro. O al menos eso creía.
El acto que siguió a esa corta charla, fue una orden. Tomó un palo de la bolsa y me indicó que adoptase la postura de ejecución. Cosa que hice ‘naturalmente’, tratando de imitar mi propia y acotada realidad golfística. Aquí abro un paréntesis para señalar que lo hice con una doble finalidad:

La de aprovechar ese momento de enseñanza y no esconderle mis errores a un profesional, ya que así no estaría recreando lo que deseaba corregir… esto suena medio infantil, pero a veces, cuando uno está frente a un profesor crea un estereotipo que no representa nuestra realidad ni se parece siquiera a nuestro modo de juego. Tal vez sea por vergüenza… no sé.
El ‘Profe’ no tardó mucho en fruncir su seño y dirigirse a mis manos. Algo vio…
Me indicó que cerrara más la mano que tomaba el palo, digamos hasta que pudiera ver el comienzo de los nudillos. Luego, intentó aflojar esa misma mano con dos o tres flexiones de muñeca. Me pidió finalmente que hiciera un swing solamente tomando el palo con una sola mano, que no lo abandonara ni lo dejara caer por detrás. Inquietante todo esto, pensé…

Porque me obligó a no sobrepasar el swing; a subir más lentamente el palo y a ‘volver’ desde adentro hacia afuera, girando más mi cintura (fundamental).
Luego de practicar así, carente de una extremidad, me sugirió incorporar la otra mano sobre el grip. Inmediatamente me sentí mejor y más seguro con lo que hacía, pero de todas formas me corrigió nuevamente la postura.
Solicitó que la que acababa de incorporar lo hiciera cubriendo más exageradamente al dedo gordo de la que tomaba el palo, como cubriendo (al dedo) con la palma de la mano nueva.
El swing suave y de práctica, me hizo ver cómo rotaban mis muñecas un segundo después del impacto; cómo se producía una rotación que facilitaba de alguna forma el giro de mis hombros por debajo de la pera que aún mantenía alineada con la pelota.

Otra de las ‘pequeñas’ cosas que modificó para eliminar el slice de mi vida, fue el stance.
Me hizo parar un poco más al centro de la pelota, sin exagerar tanto cuando la colocaba hacia la punta de mi pie de lanzamiento.
También cambió el objetivo, es decir, dejé de apuntarle a la izquierda del mismo (soy diestro) y comencé a centrarme más, eso obligó definitivamente a mis pies a adoptar otra posición más separada, pero ambos sobre la línea del objetivo real.

No los voy a engañar ni decir que todas estas sugerencias las incorporé inmediatamente, ni que no me costaron adoptarlas definitivamente. La verdad es que aún después de mucho tiempo tengo que seguir pensando en la empuñadura, ya que no siempre sale “en automático”.
Lo que sí les diré y afirmo con total convicción, es que sólo con una pequeña cosa que cambié disminuyó drásticamente mi slice…
Y eso fue simplemente la ‘nueva’ forma de empuñar o de tomar el grip; porque la primera de las pelotas que lancé con las manos más montadas entre sí, hizo que el vuelo de la misma fuera recto, con un imperceptible draw. ¿Casualidad? Ese sólo síntoma -visual- provocó una sensación de placer único.

Por fin, había logrado enderezar una banana…
Esto que les cuento y que definitivamente sugiero practicar para los que sufren del crónico slice, no es académico ni profesional. Lo mejor (siempre) vendrá de la mano y del consejo de un profesor de Golf.
Mi intención en este y en otros casos que describo y describiré, es dejarles una traza de mi propia experiencia para que –si les apetece- la tomen y prueben si se cumple todo o parte de lo que digo, pero eso no implica olvidarse del apoyo profesional ni de las prácticas.
Que tengan buen Golf, en familia y con amigos.
Hasta la próxima.

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