
Por Marcelo Barba
Estuve dudando sobre el título de esta nota. No sabría identificar si se trataba de un momento de inflexión al que llega todo golfista, en su proceso de acumulación de experiencias o, de repente, algo que describa lo que se siente cuando se encuentra transitando por una meseta aburrida. También podría haberla bautizado (con más vergüenza) “el despertar del golfista…”
Lo que relataré es una experiencia que creo (estoy convencido) todos los golfistas en algún momento transitamos, en nuestro camino al aprendizaje, que por cierto es infinito. Los invito a acompañarme…

Todos hemos comenzado, en términos generales digamos, a practicar en clubes o campos de juego que distan mucho de ser buenos trazados, quiero decir, canchas con fairways mal mantenidos (con pastos de campo salvajes, mal cortados y con pozos); con bunkers y sus arenas de mala calidad, esa que normalmente se utiliza para la construcción; quizás con alguna zona con agua, que ni siquiera entra en juego en ningún hoyo, pero por sobre todo… con greenes que lo único que tienen además del nombre, es un aspecto de pasto más verde y corto, con su correspondiente asta-bandera que indica el lugar dónde deberá caer la pelota. Por lo demás, digamos que ni siquiera están aptos para el Golf ni para ser seleccionados para un partido de futbol amateur.
Lo que acabo de definir no es malo… gracias a Dios esos escenarios existen y permiten que podamos comenzar sin ningún temor con nuestras prácticas “feroces” que, de hacerlas sobre un prolijo y cuidado trazado de Golf, estaríamos dañando o maltratando lo que otros golfistas más experimentados identificarían como excelentes en el estado de mantenimiento del pasto, bunkers o greenes.

En esos momentos de pura práctica y aprendizaje, no teníamos otro objetivo más que pegarle a la pelota y que la misma se dirigiera-cayera en ese agujero llamado hoyo; nunca nos importó demasiado la calidad de los elementos que mencioné, ni siquiera, que la superficie del green fuera tan reducida como la de un baño, chico.
La otra variable en esas épocas, también en términos generales, fue la económica. Obviamente…
Tratábamos de gastar y pagar lo menos posible mientras transitábamos por ese período de ‘adiestramiento’ (tal vez nos preguntábamos: ¿para qué íbamos a pagar más, por jugar en una buena cancha de Golf si nosotros mismos no sabríamos diferenciar los elementos que la distinguían de otra de mala calidad…?)

Mientras el tiempo corría y avanzábamos en nuestra formación, poco a poco nos animamos a pisar y conocer otros campos, advirtiendo rápidamente que las cosas eran bien distintas al modelo original donde habíamos dado nuestros primeros pasos.
Más allá de lo estrictamente económico, también descubrimos otra calidad de pastos, con fairways más anchos, con greenes más amplios y exigentes, en fin… pero, por alguna extraña razón, todavía terminábamos prefiriendo esos campos de Golf de baja calidad y exigencia… Probablemente aún no era ‘el momento’ y anteponíamos excusas débiles para no enfrentarnos a un escenario más profesional…

A pesar de haber conocido campos con trazados complicados por árboles, ‘doglegs’, fairways en subida o en bajada; buenos y mejores pastos, con más o menos agua y distintos tipos de arena y profundidad de bunkers… nuestra mente parecía guardar y registrar solamente aquellas canchas que poseían los mejores greenes y las ocasiones en que pusimos a prueba nuestra más fina precisión.
Es más, en términos generales diría que, cuando un golfista se inclina por repetir la visita a tal o cual club o inclusive, cuando toma la decisión de hacerse socio de uno; lo primero que le pasa por su mente y le preocupa, es el estado de sus greenes. A tal punto que ni se preocupa por el resto de los elementos, sino por cómo y en qué estado se encuentran los greenes.

Pareciera ser que, luego de haber adquirido cierto nivel de juego, circunscribimos nuestro interés particular a dicha zona. Eso es bueno, porque una vez que llegamos a consolidar un swing respetable, o por lo menos un swing en el cual confiar y con ello comenzamos a elevar el nivel de nuestras exigencias, sobre todo para bajar la cantidad de golpes, naturalmente ponemos el foco de atención sobre el sector más impiadoso e injusto del campo de Golf.
Simplemente porque un Putt de 15 cm. errado, contará lo mismo que una poderosa bomba de 280 yardas bien ejecutada.
Pero a pesar de verla como una de las mayores injusticias de este deporte, aun así, es la dificultad que más nos atrae y seduce, la que todos deseamos conquistar… e insistimos como dementes.

Esa “fuerza de auto exigencia” nos invade. Es porque estamos llegando a ese punto de inflexión.
Invariablemente llegaremos con el tiempo y de la mano del nivel de juego que eventualmente adquiramos.
Quizás se comprenda mejor si analizamos este ‘punto de inflexión’ con el momento especial en el que advertimos que nuestro esfuerzo, la machacante práctica y perseverancia, la concentración y nosotros mismos, en definitiva, merecemos disfrutar de este Golf en mejores condiciones…

Me refiero a disfrutar escenarios que nos permitan seguir creciendo, asegurar mejores tarjetas y complacernos con elementos cercanos a la perfección (¿o acaso el mismo Golf no es un tremendo simulador de perfección?).
Y bien, toda esta ‘introducción’ es a propósito de argumentar lo que sigue:
El primero en experimentar esta sensación de ‘inflexión’, como una necesidad interna de cambio, fue uno de mis amigos de Golf. Él mismo -oportunamente- nos comentaría preocupado mientras compartíamos un café: “Muchachos, con la gran confianza que nos tenemos y mantenemos entre nosotros, me estoy animando a confesarles, con cierta reserva, que si continúo jugando en esta cancha (mal mantenida, deteriorada, sucia y poceada) terminaré por hacerle mal a mi Golf… y no quiero ni pienso hacerle ni hacerme eso”

Por favor, no me malinterpreten, trato de decirles con mucha sinceridad y cierta vergüenza, que ya no veo ningún desafío ni progreso en mi propio juego… no me causa placer y ya me da lo mismo venir aquí que ir al Driving a tirar un balde de pelotas…, lo único que me atrae y siempre lo hará, es compartir junto a ustedes estas hermosas horas y momentos de amistad.
No sé explicarlo mejor, porque temo que confundan mis sensaciones con una falsa postura de superación, que yo mismo me estoy creyendo superior a ustedes o algo parecido… pero créanme que no es así, ni se parece.
Su reflexión fue muy genuina, tanto, que quienes lo escuchábamos no tardamos en advertir algo parecido.

Era como que habíamos alcanzado una etapa o un piso en nuestro juego y “algo” que no podíamos identificar -sino hasta ahora- nos indicaba claramente que tendríamos que cambiar para poder avanzar.
Se había develado la razón de nuestra eventual indolencia y progresivo abandono.
Inevitablemente cruzamos opiniones (ese café fue transformándose en cena…) y recordamos la calidad de los campos donde pudimos experimentar muy buenos encuentros; también comentamos los motivos que nos habían atraído, precisamente, el buen estado de las instalaciones y lo desafiante que nos resultó poner nuestra destreza y precisión a la altura de esas exigencias.

Fue bastante sugestivo que todos recordásemos tan precisamente la calidad de aquellos greenes que ‘otrora’ supimos conocer, que nos habían dejado sorprendidos por sus velocidades, prolijidad y cuidado, como amateurs y principiantes que todavía éramos.
Entre todos y de común acuerdo nos propusimos un cambio profundo.
Jugar en un campo de Golf más exigente. Eso nos volvería a entusiasmar como en los comienzos y nos ayudaría a transitar por una nueva etapa de aprendizaje, donde sentiríamos de otra manera, lo que significaría ejecutar un buen golpe por un fairway con “pasto de Golf”, que respetaría la dirección original que se le imprimió a la bola, donde disfrutaríamos ejecutar un tiro desde un bunker con arena de calidad, sin piedritas, ramitas, basura o cualquier otro elemento extraño; y el gran tema: enfrentaríamos greenes amplios, mantenidos, tremendamente rápidos, donde la pelota ‘copiaría’ la caída que seleccionamos, que además nos exigiría una lectura previa -inevitable- para interpretar las sutiles caídas y direcciones que tomarían nuestras ejecuciones.

En definitiva, correríamos el velo que nos dejaría descubrir otro tipo de elementos e infraestructura, que nos permitiría seguir creciendo e incorporando mejores experiencias, pero sobre todas las cosas, nos devolvería el placer de jugar Golf…
Si alguno de los lectores llegó a experimentar este tipo de sensaciones que traté de describir en estas líneas, mi humilde recomendación es, antes que los invada el aburrimiento, el fastidio o sencillamente no sepan interpretar qué cosa rara les está pasando, que practiquen este ejercicio de probar lo que nos enseñó el Golf pero jugando en una cancha de buena calidad…

Luego sentirán que esta disciplina ‘devolverá’ hasta el último gramo de su esfuerzo, de sus horas y días de práctica y dedicación; para que disfruten y retomen el compromiso de ir por más…
Es como el cuento de La Historia Sin Fin…
Hay quienes le atribuyen al genio de Einstein la frase: “Es absurdo hacer lo mismo una y otra vez esperando obtener resultados diferentes”. Desconozco si realmente pensó en el Golf cuando lo dijo … pero diría que es 99% aplicable.Un saludo para todos y no dejen de disfrutar esta increíble disciplina.

Deja un comentario